Editorial 42: El colapso del sistema
Todos los sistemas biológicos, económicos y políticos siguen un mismo camino: nacen, crecen y mueren. Los sistemas biológicos colapsan porque su propio código genético parece tener programada su extinción con o sin ayuda medioambiental. Igualmente la motivación que dió origen a un sistema, económico o político, parece llevar en sí misma la programación de su extinción con o sin ayuda de las condiciones socio ambientales. La historia está llena de ejemplos del colapso de los sistemas, desde el imperio romano a regímenes europeos de la primera mitad del siglo XX.
Las noticias de cada día nos traen síntomas del declive de un sistema que se ha dado en llamar «el estado del bienestar». Si bien es cierto que ha proporcionado, a varias generaciones de ciudadanos, indudables beneficios en salud, educación, calidad de vida y reconocimiento de derechos cívicos también ha facilitado el expolio de los bienes públicos, mediante procedimientos que en ocasiones pueden calificarse de kafkianos, por parte de organizaciones políticas y económicas o por parte de ciudadanos privados.
Aunque cuando se analizan, cada síntoma uno por uno, parecen situaciones razonables el conjunto de «situaciones razonables» se torna en esperpento. Así cuando se oye hablar de la prohibición de comercializar pepinos curvos, o la prohibición de usar extracto de perejil en alimentación animal, o la prohibición de comercializar bombillas incandescentes de más de 100w, o la prohibición de comer o beber en la calle de determinadas ciudades, parece que existen razones objetivas.
Sin embargo cuando paralelamente se aplican viejas legislaciones como leyes hipotecarias de principios de siglo XX y que llevan a situaciones de abusos, se aplican medidas intervencionistas que provocan monopolios estatales u oligopolios lobísticos, o se obliga a
destruir cantidades ingentes de alimentos, la situación se torna esperpéntica y no puede sino ser la premonición del colapso del sistema.
El estado de bienestar está colapsando y sin duda se modificaran sus bases para el surgimiento de otro modelo de estado del bienestar. Es de desear que el cambio se produzca sin la violencia, propia de cualquier colapso, por parte de quienes pierden privilegios y en especial por parte de quienes pierden privilegios que no se merecían, y que el nuevo modelo erradique las estafas piramidales, los oligopolios, los monopolios estatales y las preventas de determinados grupos , que prosperan y se enquistan en la estructura de la «res publica» en base a las subvenciones y cargos públicos.
El nuevo modelo debería focalizarse en dar servicio al ciudadano, ajustado a su coste real y prestado en el momento de la necesidad, para que el nuevo contrato social entre el ciudadano y el estado sea equitativo y equilibrado.
Sin embargo todo ello no será posible si en el nuevo modelo no se depuran las responsabilidades penales de quienes en nombre del estado de bienestar han impuesto leyes incumplibles para ofrecer sus servicios, quienes han abusado de los servicios del estado, o quienes han creado monopolios con el capital sustraído a los fondos públicos y apoyados en el tráfico de influencias.