Transparencia 31: Por qué los corruptos no se avergüenzan?
En este blog de Transparencia hemos expuesto textos clásicos relacionados con la falta de transparencia en las administraciones públicas y hemos denunciado hechos concretos. En este blog nos ocuparemos de algunas hipótesis sobre la psicología de los corruptos.
La grave situación económica y social en Europa, en especial en el Sur de Europa, tiene una de sus raíces en la corrupción que ha crecido al amparo de la falta de transparencia de algunas administraciones públicas. Esta situación ha puesto el tema de actualidad y empiezan a publicarse un número creciente de estudios psicológicos al respecto.
Decía Aristóteles que «quien no se ruboriza del mal que hace es un miserable» Dentro de la miseria humana la corrupción es una forma perversa ya que el mal producido cuenta con las agravantes de la intencionalidad, del beneficio personal y del hacerlo al amparo de los mecanismos de la función pública.
Algunos psicólogos señalan que existen dos tipos de rubor: el externo y el interno. El primero obliga a reconocer en público el mal producido y el segundo obliga a reconocer, a uno mismo, el daño producido a otro. Sin embargo se ha demostrado que los corruptos son unos miserables sin capacidad para sentir este rubor y por tanto carecen de la capacidad de arrepentimiento y la posibilidad de reparación. Por tanto, para corregir la situación, sólo queda la aplicación de la ley pero la práctica demuestra que en los casos de corrupción política, nadie dimite, nadie se avergüenza de lo que ha hecho, nadie confiesa sus errores ni sus faltas, todo queda remitido a la dinámica procesal. El corrupto, en la política, el deporte, las finanzas, la actividad profesional…..intenta ocultarse en el silencio esperando que con suerte no quede inculpado.
Platón también había señalado su opinión en la historia sobre el anillo de Giges: un anillo que tenía el poder de hacer invisible a quien lo portaba y gracias a él cometía todo tipo de crímenes. Así son los desvergonzados, actúan impunemente con la esperanza de que su culpa no les será imputada. No sienten vergüenza ninguna porque tampoco la ley les merece ningún respeto. Es más algunos usan la ley como instrumento para actuar criminalmente.
Así pues llegamos a la conclusión de que el corrupto es un miserable que con las agravantes de la intencionalidad, de beneficio personal y de hacerlo al amparo de los mecanismos de la función pública, cual anillo de Giges, no siente rubor externo ni interno, y al que la ley no le merece ningún respeto , motivo por el cual no presenta la dimisión.
Ahora debemos hacernos dos preguntas:
(1) ¿Porque los estados permiten esta situación y la actuación de los corruptos?
En el blog nº1 de Transparencia Tucidides nos aporta sus observaciones :
«Y en realidad, los lazos de sangre pasaron a ser menos sólidos que los de partido, pues en el ámbito de éste se estaba más dispuesto a ser osado sin reserva alguna. En efecto, tales asociaciones no estaban constituidas de acuerdo con las leyes vigentes con vistas al bien común, sino que las violaban por mor de la ambición de poder.”
“En efecto, los jefes de los partidos de las distintas ciudades, utilizando de uno y otro bando hermosas palabras (según sus preferencias por la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley o por la sabiduría de la aristocracia), y pretendiendo de palabra servir al interés público hacían de él botín de sus luchas. Y en sus luchas por prevalecer con cualquier medio sobre su respectivo enemigo osaron las más terribles acciones, persiguiendo venganzas aún más crueles, ya que no las ejecutaban dentro de los límites de la justicia y del interés público. “Respecto a los ciudadanos que ocupaban una posición intermedia, perecían a manos de una y otra facción: bien porque no participaban en sus luchas, bien por envidia de que pudieran sobrevivir.”
Así pues la mentira sin rubor, no es sólo política, también afecta a relaciones personales. El egoísmo se convierte en modus operandi legitimado, hay una erosión del sentimiento de vergüenza, porque la vergüenza presupone una posibilidad de ser responsable para con los otros. Esto no lleva a preguntarnos por ¿cuáles son los procesos sociales y culturales responsables de esta situación? Parece que no se está consiguiendo forjar un tejido cívico por la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza y la culpa y desde las instituciones públicas no se lucha lo suficiente para instaurar el control cívico de la «res publica». En consecuencia los sentimientos de justicia (entendida como relaciones entre iguales) o la percepción de la injusticia han desaparecido. Así pues llegamos a la desesperanzadora conclusión que en la creación y desarrollo de los antiguos estados subyace un germen del egoísmos (el estado se atribuye, egoístamente, potestades que invaden el ámbito privado) que justifica todo tipo de atropellos y sobre el que la ciudadanía debería mantenerse vigilante. Por ello los psicólogos recomiendan el ejercicio práctico de la virtud por parte de una ciudadanía capacitada para ejercer como tal, ya que, sin el requisito de una estructura social de la virtud, esta no es posible.
(2) ¿Que lleva a una persona a convertirse en un miserable corrupto?
La pregunta está, en realidad, intencionalmente mal formulada. La cuestión es doble: ¿Convierte el estado en corruptos a personas con capacidad de ruborizarse? o ¿quiénes tienen carecen de forma innata de capacidad de ruborizarse se disfrazan de servidores públicos para ejercer su miseria bajo la protección de anillo de Giges de la impunidad de la administración pública?
Para algunos psicólogos la sociedad inhibe el desarrollo de los sentimientos de vergüenza y culpabilidad pero para otros psicólogos existe un origen genético y cultural que lleva a tomar la decisión de delinquir. Según la segunda escuela el ser humano nace inmaduro, en el desarrollo de su sistema nervioso, y durante la infancia se producen dos momentos trascendentales en la elección de futuras opciones. Alrededor de los 5 años el cerebro humano define un retrato de las futuras predilecciones de pareja y alrededor de los 9 años el cerebro humano define un retrato de las futuras predilecciones de dedicación laboral. Aunque ambas predilecciones deben adaptarse a las disponibilidades en el caso, de la dedicación laboral, el Estado ofrece múltiples opciones de disposición. Con esto podemos llegar a la conclusión de que el miserable corrupto escoge libremente esta opción y que encuentra en las estructuras del Estado unas opciones casi inagotables.
Con todo en Transparencia consideramos que existe esperanza, la creación de una conciencia cívica que origine un movimiento cívico de exigencia de transparencia en lo público y obligue al Estado a ser el primer servidor de los ciudadanos y el primer cumplidor de las leyes en favor del bien común. Algunos países lo han conseguido, otros también pueden hacerlo.